LAS ELECCIONES DE 1936 Y EL FRENTE POPULAR

Dos grandes bloques electorales se perfilaban, las izquierdas y las derechas, enfrentados y sin posibilidad de entendimiento.

A lo largo de 1935 se fueron gestando las dos grandes coaliciones que se enfrentarían en las elecciones del año siguiente. La derecha antirrepublicana se unió en el llamado Bloque Nacional, formado en diciembre de 1934 por sectores - monárquicos y oligárquicos, encabezados por Calvo Sotelo, Goicoechea y Alba, y con el apoyo de personajes como Maeztu, Sáinz Rodríguez o Rodezno, de ideología ultraconservadora. El Bloque Nacional defendía un Estado autoritario y corporativo, similar al fascista.

También se produjo un acercamiento entre las fuerzas de la izquierda, burguesa y obrera. Las campañas proamnistía para los presos de octubre unieron a todos los grupos, desde la Unión Republicana hasta la CNT.

El 15 de enero se firmó el Pacto del Frente Popular. Tras rápidas negociaciones, se firmó el acuerdo sobre un programa mínimo, cuyas medidas básicas significaban volver a poner en marcha toda la legislación del primer bienio (educación, obras públicas, reforma agraria, reforma laboral, etc.), ahora sin dilación, decretar una amnistía, anular todas las represalias por la revolución de octubre, y restablecer las garantías constitucionales, suspendidas desde entonces. Al pacto se unieron Izquierda Republicana, Unión Republicana, el PSOE, el PCE y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), recién fundado y de tendencia trotskista. Se unieron también otros grupos de la izquierda y los sindicatos comunistas, además de la UGT. La CNT no participó, pero esta vez no pidieron expresamente la abstención, lo que significó de hecho apoyar indirectamente al Frente Popular.

La otra gran coalición se formó entre el Bloque Nacional, de predominio monárquico, y la CEDA. Pero los dirigentes cedistas, en muchas circunscripciones, llegaron también a acuerdos parciales con radicales y grupos republicanos, lo que produjo bastante confusión y la concurrencia de dos candidaturas de derecha en muchas provincias. Además, la coalición no fue capaz de hacer un programa sólido y coherente: fundamentó su alianza en la negación de la revolución, el rechazo al marxismo y la amenaza que para el país significaría la victoria del Frente Popular. Ese talante negativo le restó, probablemente, muchos votos de centro. El mismo José Antonio Primo de Rivera criticó la falta de programa y mantuvo a la Falange fuera de la coalición. También el PNV se presentó por su cuenta.

La campaña y las elecciones se celebraron con bastante orden, pese a la violencia verbal y al clima de enfrentamiento latente. El día de las elecciones, el 72 %del censo acudió a votar, un porcentaje muy alto. El Frente Popular obtuvo 263 escaños, por 210 diputados de la coalición de centro-derecha; la victoria de la izquierda volvió a producirse en las grandes ciudades y en las provincias del Sur y de la periferia, mientras que las candidaturas de derecha se impusieron en las provincias del Norte y del interior.

El impacto fue fulminante. En los días siguientes, sin esperar a la segunda vuelta de las elecciones ni a la proclamación de resultados, los grupos de izquierda abrieron las cárceles y comenzaron a salir todos los detenidos desde octubre de 1934. Portela Valladares se negó a continuar al frente del Gobierno, y hubo que convencer a Azaña, que hubiera preferido esperar a la reunión de las Cortes, para que formara Gobierno. El que consiguió formar estaba compuesto únicamente por republicanos de izquierda, sin participación del PSOE.

Nada más constituirse las nuevas Cortes, su primera decisión, el 7 de abril, fue destituir al presidente de la República, Alcalá Zamora. El artículo 81 de la Constitución preveía esta posibilidad si un presidente disolvía las Cortes por segunda vez en su mandato y la nueva Cámara estimaba improcedente la disolución de la anterior. La decisión de destituirle, quizás uno de los errores más graves e injustos del frente popular, respondió al parecer a un acuerdo entre Azaña y Prieto para asumir respectivamente la presidencia y la jefatura del Gobierno, incorporando de nuevo al mismo la coalición republicano-socialista del primer bienio, y ligando así al PSOE a la acción de Gobierno.

La primera parte del acuerdo se cumplió: tras la elección de compromisarios, el 10 de mayo fue elegido Manuel Azaña Presidente de la República. Pero Prieto no consiguió formar Gobierno al no contar con la aprobación de su partido. Ante esta situación Azaña tuvo que encargar la formación de Gobierno a su compañero de partido, Casares Quiroga, que lo formó con miembros de Izquierda Republicana y Unión Republicana, sin participación obrera.

La acción de gobierno continuó con el restablecimiento de la legislación progresista del primer bienio, ahora de forma acelerada. A las medidas antes apuntadas, hay que sumar la tramitación parlamentaria de los Estatutos gallego y vasco. El Estatuto de Galicia fue aprobado en plebiscito a finales de junio, y el de Euskadi, tras aceptar las Cortes la validez de la consulta realizada en 1933, estaba ya prácticamente listo, pero el estallido de la guerra retrasó su aprobación hasta octubre.

Con la llegada de la izquierda al poder en 1.936, el nuevo Gobierno puso en marcha el programa del Frente Popular de inmediato. Decretó una amplia amnistía y comenzó a reponer en sus puestos a los funcionarios expulsados tras octubre de 1934. Se restablecieron el Estatuto catalán y el Parlament, y Azaña decidió enviar a los generales más sospechosos de conspiración a puestos alejados de Madrid y distantes entre sí: Franco a Canarias, Goded a Baleares, Mola a Pamplona.

Sin embargo, el resultado más significativo de aquellos meses fue la ocupación sistemática de fincas y la puesta en práctica de la reforma agraria. El Gobierno suspendió los juicios por desahucio de arrendatarios, aparceros y colonos, y devolvió las tierras a los yunteros extremeños expulsados en agosto. Pero los sindicatos agrarios decidieron forzar la situación, y empezaron a ocupar las fincas y a ponerlas en explotación. El 20 de marzo un decreto del Gobierno autorizaba al IRA a expropiar cualquier finca y a proceder a su explotación inmediata; el propietario retendría la propiedad hasta que se resolviera la indemnización. 80.000 campesinos de Cáceres y Badajoz ocuparon de inmediato los principales latifundios, proceso que rápidamente se extendió a otras muchas provincias. La resistencia de los terratenientes provocó enfrentamientos entre campesinos y la Guardia Civil, que casi siempre apoyaba a los patronos, quienes a partir del verano se negaron a contratar jornaleros, prefiriendo perder la cosecha. El 15 de junio se restablecía la Ley de Bases de Reforma Agraria de 1932, pero ya antes se habían dictado normas para simplificar los trámites. En resumen, desde febrero al 17 de julio se expropiaron más de medio millón de hectáreas y se asentó a 110.000 familias campesinas.

La primavera de 1936 estuvo marcada por el enfrentamiento abierto entre grupos radicales. El enfrentamiento fue especialmente duro en las calles y en las Universidades entre grupos falangistas y milicias socialistas, comunistas y anarquistas, pese a que Falange había sido declarada ilegal ya el 15 de marzo, a raíz del atentado contra el socialista Jiménez de Asúa.

Para entonces una conspiración militar estaba en marcha. Ya desde la revolución de octubre se produjo un acercamiento entre grupos militares hostiles a la República y los líderes de la derecha. En diciembre de 1934 hubo contactos entre los generales Fanjul y Varela, y Gil Robles, a propósito de un golpe de estado que “restableciera el orden”. Más tarde, como ministro de la Guerra, Gil Robles colocó a los militares más antirrepublicanos en los principales puestos de mando. De nuevo en diciembre de 1935, cuando Alcalá Zamora se negó a que Gil Robles pudiera formar Gobierno, hubo consultas, el día 11, que no cristalizaron, pese a la insistencia de Calvo Sotelo, porque Franco pensaba que el ambiente no estaba aún maduro en el Ejército. Y una vez más, tras las elecciones de febrero de 1936, se reclamó un golpe militar desde los grupos de la derecha, lo que en parte explica la celeridad con que Portela Valladares cedió a Azaña la presidencia del Gobierno, y la decisión de éste de destinar de inmediato a los generales más peligrosos a regiones alejadas del mando central.

Desde el momento mismo de las elecciones, importantes sectores de la derecha llegaron a la conclusión de que sólo un golpe militar podía evitar lo que consideraban una inminente revolución socialista. Los principales líderes políticos (Gil Robles, Calvo Sotelo, Goicoechea, Sáinz Rodríguez -que negoció con Mussolini ayuda material y económica para el golpe-, Fal Conde -carlista- y el mismo José Antonio Primo de Rivera, encarcelado en la cárcel de Alicante por tenencia ilícita de armas), los representantes de la oligarquía económica (Gamazo, Juan March) y los generales antirrepublicanos (Mola, Varela, Goded, Fanjul, Franco, Saliquet, entre otros), iniciaron contactos para preparar el golpe. Un primer intento, previsto para el 20 de abril, no llega a producirse por descoordinación entre los golpistas. Es entonces cuando Mola, destinado por Azaña en Pamplona, toma el mando de la conspiración, bajo el nombre de El Director, y comienza a preparar minuciosamente el golpe militar.

El golpe militar, ya muy avanzados los preparativos al inicio del verano, se precipitará a raíz del asesinato, el 12 de julio, de un oficial de la Guardia de Asalto, el teniente Castillo, que fue respondido de madrugada por sus compañeros radicales con el secuestro y asesinato del líder del Bloque Nacional, José Calvo Sotelo. Al parecer, este hecho acabó por decidir a Franco, hasta entonces dubitativo, a participar en la sublevación, participación que era clave en los planes de Mola. En medio de los rumores de golpe, el jefe de Gobierno Casares Quiroga se mantuvo inactivo, pese a las advertencias que le hacían los líderes obreros sobre la inminencia del mismo. Cuando el 17 de julio por la tarde se produjo la rebelión en Marruecos, el Gobierno permaneció inoperante, creyendo durante muchas horas que se trataba de un intento limitado y condenado al fracaso. Dos días después, la guerra civil era un hecho.

El pensamiento y la cultura

La Edad de Plata de la cultura española, el florecimiento cultural y artístico que se había producido a principios del siglo XX con el desarrollo del pensamiento y de la ciencia, fue seguida por una nueva generación de grandes escritores, intelectuales y artistas. Una joven generación de artistas quisieron evidenciar el poder creador del ser humano fuera de los convencionalismos innovando el lenguaje y las ideas estéticas. Sus obras tienen un carácter experimental y provocador, basado a menudo en la libre creación de mundos imaginarios. En esta época nacieron o se consolidaron las grandes corrientes de vanguardia: el cubismo (Picasso), el expresionismo, el ultraísmo, el dadaísmo y el surrealismo (Dalí, Miró).

Hacia 1913 apareció una nueva generación de intelectuales en torno a la figura de Ortega y Gasset. Influidos por la Institución Libre de Enseñanza defendieron una nueva actitud política, que pareció triunfar en 1931, con el advenimiento de la Segunda República.

En el modernismo poético, avivado por la presencia de Rubén Darío en nuestro país, destacan Valle-Inclán, Gabriel Miró y Juan Ramón Jiménez. Este último ejerció notable influencia sobre la Generación poética del 27, a la que pertenecen García Lorca, Alberti, Salinas, Gerardo Diego, Aleixandre y Guillén, vinculados todos a la Generación del 31.

También la ciencia alcanzó grandes cotas, con Ramón y Cajal y Jaime Ferrán en Medicina; Eduardo Torroja, en Matemáticas; Eduardo Hinojosa, en Derecho, y Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, en Historia.
El apogeo de la “Edad de Plata”

En la literatura, durante los años de la Segunda República encontraron su momento culminante todos los miembros de la Generación del 98. También en estos años alcanzaron notable éxito los poetas de la Generación del 27- Gerardo Diego, García Lorca, Alberti, Salinas, Aleixandre y Guillén. Formaban un grupo compacto vinculado a la Residencia de Estudiantes de Madrid, fueron quienes se sintieron más identificados con la labor y el espíritu republicano.

Numerosos intelectuales y artistas mostraron sus simpatías hacia el régimen republicano y, sobre todo los más jóvenes, adoptaron una actitud de militancia en su favor. En 1930 se formó la Agrupación al servicio de la República (Ortega, Marañón, López de Ayala.)

Los pensadores que dieron vida a la denominada República de intelectuales- Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Marañón, Sánchez Albornoz, Azaña- aumentaron su participación en la vida pública. Desde la Revista de Occidente, que había fundado Ortega y Gasset en 1923, se difundió lo más importante de la filosofía y la ciencia europeas de la época. Otras figuras destacadas de este período fueron Américo Castro, Eugenio D’Ors y Salvador de Madariaga. El papel de divulgación cultural que protagonizó el Ateneo de Madrid y los cursos impartidos en Santander en la Universidad Menéndez Pelayo son ejemplos destacados de la renovación intelectual que se produjo.

El desarrollo cultural

En el ámbito de la enseñanza y la divulgación cultural, la etapa republicana fue también una época de grandes maestros universitarios -Blas Cabrera, Duperier, Menéndez Pidal, Garcia Morente, Zubiri-, de cuyo saber y magisterio se ha nutrido nuestra cultura contemporánea.

Otra reforma importante, de gran trascendencia popular y a la que se dedicaron muchos recursos, fue la de la enseñanza. Por un lado el objetivo primordial era promover una educación liberal y laica y hacer del Estado el garante del derecho a la educación extendiendo, por primera vez en la historia a toda la población.

La supresión de las escuelas confesionales creó un gravísimo problema de escolarización y obligó a los Gobiernos del primer bienio republicano a un esfuerzo de creación de escuelas. Así, en el primer año de la República, bajo la dirección de Marcelino Domingo, se construyeron 7.000 escuelas, que se elevaron hasta 13.500 durante la etapa de Fernando de los Ríos.
Aquí destacan el Teatro Itinerante (la compañía teatral universitaria “La Barraca” creada e impulsada por Federico García Lorca, por la Unión Federal de Estudiantes Hispanos y subvencionada por el Ministerio de Instrucción Pública, y El Búho, dirigido por Max Aux). Y las Misiones Pedagógicas creadas en mayo de 1931, cuyo objetivo era difundir la cultura general, la orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares. En diciembre de 1934 se habían creado 270 Misiones Pedagógicas y 5.000 bibliotecas rurales. Igualmente destacaron las Universidades Populares. Por otra parte, la extraordinaria importancia que adquirieron las ferias del libro, el mundo del teatro, el cine y las publicaciones satíricas junto a la novela popular completan este panorama de desarrollo cultural.

Asimismo la prensa alcanzó un notable desarrollo, en el que se reflejaba un deseo de renovación cultural y una creciente afirmación ideológica. En Madrid hubo 18 diarios y 15 en Barcelona, calculándose en cerca de tres millones de ejemplares la tirada diaria. Diarios como El Sol, El Debate, ABC, y las publicaciones de las organizaciones políticas y sindicales- El Socialista, Solidaridad Obrera- alcanzaron una importante difusión. Entre las revistas de la época destacan Cruz y raya, Leviatán, Octubre, Ahora.


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