La Guerra Civil española constituye sin duda el acontecimiento más
dramático de nuestra historia reciente y acaba con el proceso de apertura y
modernización comenzado en España en 1.931.
Internacionalmente fue un acontecimiento que polarizó la
opinión pública mundial y la actitud de las potencias. En un contexto de
consolidación de las dictaduras fascistas en Alemania e Italia, así como del
régimen estalinista en la URSS, la guerra de España se convirtió en un pulso
internacional entre los dos grandes modelos que estaban en juego: el
democrático y el autoritario.
La
sublevación
En la tarde del 17 de julio se inicia la sublevación en
la guarnición de Melilla, Ceuta y Tetuán. Mientras, Franco llega a Tetuán,
desde Canarias, en el Dragón Rapide, para ponerse al frente del Ejército de África
(19 de julio). El Jefe de Gobierno, Casares Quiroga, no reacciona adecuadamente
y en la mañana del día 18, Queipo de Llano se incorporó al golpe en Sevilla y
consigue dominar los centros neurálgicos de la ciudad. El golpe triunfó en casi
todas las capitales de Castilla, incluidas Valladolid y Burgos, en algunas
ciudades gallegas, y en Andalucía occidental y Extremadura, donde Huelva,
Jérez, Cádiz y Cáceres quedaron bajo la autoridad de los insurrectos. También
Baleares y Canarias estaban en sus manos.
En la tarde del día 18 Azaña, tras la dimisión de
Casares Quiroga y la formación del nuevo gobierno de Martínez Barrio, intentó
que este pactara un gobierno de concentración con Mola. Pero Mola rehusó y el
enfrentamiento desde entonces era imparable. Esa noche, el P.S.O.E y el PC.E
convocaban a la movilización de toda su militancia. En Pamplona Mola se pronunció
en la mañana del día 19. Ese mismo día quedaron bajo el dominio del bando
sublevado: La Coruña, Oviedo y en Andalucía, tras el desembarco de algunas
unidades del ejército de África, se inició una marcha hacia el Norte con el
objetivo de enlazar las dos zonas en las que había triunfado el golpe. Este
triunfa también en Zaragoza y en Granada.
El pronunciamiento fracasó en la mayor parte de Aragón,
Asturias, toda Cantabria, Cataluña y Levante y buena parte de Andalucía
oriental, bien por el escaso número de golpistas, o por la rápida reacción de
los partidos y sindicatos de izquierdas. En la mayoría de los buques de la
armada pasó lo mismo y se mantuvieron leales al gobierno republicano. En
Vizcaya y Guipúzcoa, la actitud del P.N.V, que declaro su lealtad al gobierno
republicano, inclinó la balanza contra la sublevación. Pero el fracaso más
grave se produjo en Madrid y Barcelona. En ésta la acción de la C.N.T, junto
con la de los Guardias de Asalto y la Guardia Civil impidió el triunfo de los
insurrectos.
En Madrid los golpistas dirigidos por el general Fanjul
se atrincheraron en el Cuartel de la Montaña. El recién formado gobierno de
Giral entregó armas a las milicias obreras, formadas por comunistas y
socialistas y con la ayuda de algunos oficiales lograron dominar la situación.
Los demás cuarteles sublevados, en Getafe y Campamento, fueron rápidamente
reducidos.
En general el golpe triunfó en función de dos
condiciones fundamentales: la rapidez y coordinación de sus protagonistas y la
capacidad de reacción de las fuerzas populares.
Las fuerzas en presencia y las primeras
semanas de la guerra
El día 21 el golpe había triunfado en 29 capitales de
provincia, mientras que 21 permanecían leales al gobierno. La relación de
fuerzas era bastante equilibrada, en términos generales. La República superaba
a la zona rebelde en el dominio de las regiones industriales (siderurgia,
industria mecánica, textil y buena parte del hierro y del carbón). Además
contaba con trigo (La Mancha) y el arroz y cítricos levantinos. El bando
nacional contaba con las reservas de cereal y ganado de la meseta norte y
Galicia, además del carbón leonés y las minas de Riotinto. La República también
contó con las reservas de oro del Banco de España.
En
cuanto a efectivos militares, en teoría, la mitad de las unidades del ejército
de tierra permanecía fiel a la República, pero la mayoría de los oficiales se
habían sublevado, y las unidades del ejército estaban prácticamente
desarticuladas. El bando republicano contó, sin embargo, con la mayor parte de
la flota y de la aviación.
En los primeros días de la guerra se consolidaron los
frentes. En la sierra madrileña los nacionalistas, cuyo objetivo era tomar
Madrid, fueron contenidos por las milicias obreras en Somosierra, Navacerrada y
Guadarrama. Los milicianos conseguían también recuperar Guadalajara y Alcalá de
Henares. En Andalucía Queipo conseguía enlazar con Córdoba y Granada, abriendo
una cuña en la Andalucía republicana. En Aragón las columnas dirigidas por los
líderes anarquistas, comunistas y socialistas, consiguieron recuperar terreno,
pero no pudieron conquistar ninguna de las tres capitales.
El 5 de agosto, con la ayuda alemana se trasladó el
ejército de África a la Península. Con el objetivo inicial de marchar sobre
Madrid, las tropas dirigidas por Yagüe se desviaron para atacar Badajoz,
tomando la ciudad el 14 de agosto y llevando a cabo una durísima represión (de
2.000 a 4.000 ejecuciones). Esta conquista permitió enlazar las dos zonas del
bando sublevado, y el suministro de ayudas al ejército de Mola.
La batalla de Madrid
Durante septiembre y octubre, el avance de las tropas
nacionalistas fue continuo, pretendían aislar a las provincias vascas de la
frontera francesa. En el Norte el objetivo de Mola fue la conquista de Irún,
que caerá el 4 de septiembre. Días después se rendía San Sebastián. Las fuerzas
republicanas consiguieron detener el avance en el río Deva.
En el sur cayó en manos de los nacionalistas Ronda y
Riotinto. El 3 de septiembre Yagüe entró en Talavera y el día 21 tomaba Maqueda.
El camino hacia Madrid parecía abierto, pero Franco decidió liberar primero a
un grupo de sublevados refugiados en el Alcázar de Toledo al mando del general
Moscardó. El día 27 las fuerzas mandadas por Varela entran en Toledo, y la
liberación de esta ciudad será una baza propagandística para los nacionalistas.
La toma de Toledo retrasó el asalto a
Madrid, que fue preparándose durante todo el mes de octubre. El día 18 las
fuerzas de Varela llegaban a Illescas y se iniciaba una operación de tenaza
sobre la capital, desde el Sur y el Oeste. Se comenzó a preparar la defensa: se
decidió que Azaña marchase a Barcelona, se militarizaron las milicias y se
organizaron las primeras Brigadas Mixtas (milicianos y soldados) Se traslado a
Cartagena el oro y la plata del Banco de España. Se recibieron miles de
refugiados y surgen problemas de abastecimientos, mientras se producían los
primeros bombardeos. Llegaron los primeros tanques rusos y varias columnas de
los frentes del Norte.
A primeros de noviembre se dominaba el sur de Madrid
(Móstoles, Pinto, Getafe, Leganés y Alcorcón). El Gobierno se marchó a Valencia
y se constituyó la Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general Miaja.
En la noche del día 7 el hallazgo fortuito en un tanque enemigo de los planes
de ataque, hizo fracasar el primer asalto a la capital. Ese mismo día entraron
en Madrid las primeras Brigadas Internacionales, voluntarios de todo el mundo
reclutados por el Komintern y preparados por técnicos soviéticos. Supondrán un
refuerzo moral, aunque sus acciones al día siguiente no fueron decisivas.
También en esos días comenzaron las primeras incursiones de los aviones
soviéticos, y en los bombardeos de los asaltantes intervenían los junkers de la
Legión Cóndor alemana.
La dura resistencia de Madrid se prolongó aún varios
días. Se combatió en la Ciudad Universitaria, que quedará arrasada y,
finalmente, tras estrangularse la cuña, Franco decidió desistir del asalto
frontal a Madrid.
Se inician entonces una serie de operaciones con el
objetivo de completar el cerco de la ciudad. Primero por el Noroeste (entre el
30 de noviembre y el 15 de enero), Varela avanzará por la carretera de la
Coruña, pero sin romper las comunicaciones republicanas con la sierra. Un
segundo intento tuvo lugar en febrero, cuando las tropas franquistas atacaran
el valle del Jarama. La batalla del Jarama será una de las más duras de la
guerra, cada bando lucho con todas sus fuerzas disponibles, incluyendo las
fuerzas extranjeras de ambos lados. Finalmente, la resistencia de los republicanos
y la dureza de los combates hicieron que ambos bandos desistieran.
Mientras tanta Málaga había sido conquistada por los
nacionalistas (7 de febrero) con un cuerpo expedicionario italiano enviado par
Mussolini, y que actuó con bastante autonomía, pese a los recelos de Queipo de
Llano y del propio Franco. Este cuerpo expedicionario, animado por su éxito en
Málaga, propuso a Franco, una operación desde Guadalajara. Franco aceptó, y el
8 de marzo los italianos atacaron con sus 40.000 hombres y una potentísima
artillería, avanzando hasta Brihuega y rompiendo el frente. Finalmente la
derrota italiana fue total, era la primera victoria en campo abierto de la
guerra. Esta derrota tendrá dos consecuencias: obligó a los italianos a aceptar
la dirección franquista, y convenció a Franco de abandonar la idea de tomar la
capital. La batalla de Madrid en el bando republicano reforzó la voluntad de
resistencia y contribuyó a formar el ejército popular.
La guerra del norte
Desde finales de marzo, el esfuerzo nacionalista, se
centrará en acabar con la zona republicana que había quedado aislada en el
Norte de la Península, entre Vizcaya y la parte Oriental de Asturias. Querían
hacerse con el control de las industrias y materias primas de la región
cantábrica, pero también eliminar el frente de retaguardia, que impedía volcar
todo el esfuerzo bélico en el frente principal, en torno a la capital.
El 31 de marzo se inició la campaña de Vizcaya, dirigida
por Mola. Se produjeron en esta campaña continuos bombardeos de la Legión
Cóndor alemana. Un duro ataque a Durango, precedió a la destrucción de Guernica
el 26 de abril. A partir del 11 de junio, el avance nacionalista hacia Bilbao
resultó ya imparable derrumbándose el frente. El Gobierno vasco decidió
abandonar la capital, y se negó a cumplir la orden del Gobierno central de
destruir las industrias para que no cayeran en manos del enemigo. El 19 las
tropas navarras entraban en Bilbao, y cuatro días después Franco derogaba el
Estatuto Vasco. Durante la campaña vasca (3 de junio) murió Mola al estrellarse
su avión cerca de Burgos. Si la jefatura de Franco era sólida, ahora
desaparecía el único general que podía disputarle la primacía en el ejército.
A falta de apoyos directos a los vascos, el ejército
republicano había intentado dos ofensivas para distraer fuerzas del enemigo, en
La Granja y Huesca, pero la rápida respuesta nacionalista impidió avanzar de
forma apreciable. Una vez caído Bilbao, el coronel Rojo, ahora Jefe de Estado
Mayor, planeó una ofensiva en Brunete para romper el cerco de Madrid y aliviar
la presión sobre las tropas del Norte. A partir del 5 de julio se consiguió
avanzar varios kilómetros y tomar varios pueblos, entre ellos Brunete.
Finalmente el general Varela contraatacó con éxito (18 julio) y, a final de
mes, Franco ordenó detener la ofensiva, era más importante continuar con las
operaciones del Norte. La batalla causó numerosas bajas en los dos bandos.
La ofensiva sobre Santander se inició el 14 de agosto,
al día siguiente cayó Reinosa y el avance franquista fue rápido. El día 26 caía
Santander, en medio del júbilo de una población mayoritariamente derechista.
De nuevo el Estado Mayor republicano intentó una
maniobra de distracción desesperada. El día 24 de agosto se lanzaron 80.000
hombres en el frente próximo a Zaragoza, con el objetivo de romperlo y sitiar
la ciudad, el avance llegó a ser notable pero la reacción defensiva, en torno
al pueblo de Belchite, evitó que la brecha pudiera ampliarse. El pueblo cayó
arrasado, el 3 de septiembre, pero el mando republicano ordenó detener la
operación, ante la imposibilidad de alcanzar los objetivos.
El 1 de septiembre comenzó la ofensiva en Asturias con
una gran resistencia. Pero el día 10 de octubre, las unidades de Solchaga
rompieron el frente, y a partir de ahí las líneas se fueron derrumbando. El día
21 caía Gijón, y se iniciaba una fuerte represión. Con la caída de Gijón, la
zona republicana del Norte dejaba de existir. Fue un duro golpe moral y
económico (cuencas mineras, industria..) para la República. Los nacionalistas
concentrarían ahora el esfuerzo militar en el largo frente que iba desde
Andalucía al Pirineo. Además la caída del Norte reafirmaba la tendencia de la
guerra hacia la victoria del Gobierno de Burgos, lo que relanzó su imagen hacia
el exterior y permitió iniciar contactos más serios con las potencias.
De Teruel al final de la guerra
Tras la pérdida de la zona cantábrica, el Estado Mayor
republicano necesitaba con urgencia recuperar la iniciativa. El 15 de diciembre
40.000 soldados atacaron desde tres puntos hasta Teruel y el 22 los
republicanos tomaron la ciudad.
Franco optó por responder, por razones de prestigio y
por que era consciente de la superioridad de fuerzas que tenía en reserva y de
que se presentaba una buena oportunidad de desgastar las mejores unidades
republicanas. El 25 de febrero de 1.938 las fuerzas franquistas ocupaban de
nuevo Teruel, pero sus adversarios consiguieron recomponer el frente unos
kilómetros más atrás de sus posiciones iniciales. Puede considerarse que el
resultado era de empate, pero el mayor desgaste había corrido a cargo del bando
republicano.
Inmediatamente, el ejército nacionalista retomó la
iniciativa y lanzó, el 9 de marzo, una ofensiva general en le frente de Aragón.
Las líneas republicanas cedieron por todos lados: los franquistas tomaron
Belchite, Alcañiz, Montalbán, al tiempo que avanzaban también por el Pirineo.
Tras unos días de reacción republicana, que permitió sujetar el avance, el día
21 este se reanudó. En los días siguientes Barbastro y Fraga cayeron en poder
de los nacionalistas, que el día 3 de abril tomaron también Lléida. Finalmente,
el día 15 las tropas dirigidas por Camilo Alonso Vega alcanzaban el
Mediterráneo, a la altura de Vinaroz, partiendo en dos la zona republicana.
A partir de ahí, el plan operativo franquista se dirigió
hacia el sur, con el objetivo de tomar Valencia. Tanto en esta acción como en
otras hacia el Sur los nacionalistas se encontraron con una tenaz resistencia.
A mediados de julio la ofensiva se estancó.
La llegada franquista al Mediterráneo produjo una grave
crisis interna en el gobierno
republicano, que se saldó con la salida de Prieto del Ministerio de Defensa. La
sensación de derrota comenzaba a cuajar en la retaguardia, y había que
reaccionar. Se preparó un ataque de gran envergadura para contrarrestar los
avances del enemigo. En la noche del 24 de julio las fuerzas republicanas
atacaron en masa y consiguieron atravesar el río Ebro a través de tres puntos,
estableciendo cabezas de puente y procediendo a trasladar carros, artillería,
equipo y munición Esta acción cogió por sorpresa al bando franquista. En tres
días los republicanos habían conquistado una serie de posiciones elevadas en
torno a Gandesa, profundizando unos treinta kilómetros.
Ahí se detuvo la ofensiva: la falta de apoyo aéreo se
unió, a partir de finales de mes, a la acumulación de unidades con que Franco
respondió al ataque. Desde entonces los republicanos pasaron a la defensiva,
iniciando una larguísima batalla de desgaste y soportando varias contraofensivas,
con grandes pérdidas. El 28 de octubre se inicia la última contraofensiva y
esta vez las tropas nacionalistas fueron ocupando posiciones mientras los
mandos republicanos se iban retirando con sus unidades al otro lado del río,
proceso que terminó el 15 de noviembre. La batalla del Ebro había terminado. El
ejército republicano había agotado allí sus últimas reservas, mientras que el
ejército nacional se repuso.
El 23 de diciembre el ejército nacionalista desencadenó
su última gran ofensiva sobre Cataluña y a partir del 1 de enero el avance
franquista se hizo imparable. Las unidades republicanas retrocedían, dando la
posibilidad de que pudieran evacuar Barcelona las autoridades civiles y
militares, e iniciándose un tremendo éxodo de la población civil hacia la
frontera. La capital catalana caía el día 26, Gerona el día 5 de febrero, y las
últimas unidades republicanas pasaban la frontera el día 13.
Durante
varias semanas más, el Gobierno de Negrín continuó sosteniendo su tesis de la
resistencia a ultranza, con la esperanza de que la guerra mundial estallase y
cambiase la situación española. Pero las diferencias internas dentro del Frente
Popular eran ya patentes, y algunos mandos, como el coronel Casado, habían
establecido ya contactos con los franquistas para negociar la rendición.
Cualquier intento de negociación había sido rechazado por el Gobierno de Burgos
desde hacía meses, y mucho menos se aceptaba, en febrero de 1939, la única
condición que pedía Negrín: el compromiso de no emprender represalias contra
los vencidos.
La quiebra del bando republicano no tardó en producirse.
En la noche del 5 de marzo, un golpe de Estado encabezado por el coronel Casado
y por Besteiro depuso al gobierno de Negrín. El golpe quería terminar con la
política de resistencia y con la influencia en el ejército popular de los
mandos comunistas, fieles partidarios del Gobierno. Durante varios días hubo
combates entre comunistas y golpistas, hasta que el día 12 Casado pudo
controlar Madrid. Inició entonces un desesperado intento de negociación con
gobierno de Burgos, pero éste acabó imponiendo la rendición sin condiciones. El
28 de marzo unidades franquistas entraban en Madrid, al tiempo que varios miles
de españoles intentaban abandonar el país por los puertos levantinos, sin éxito.
Tras la toma de Alicante y la captura de 15.000 prisioneros que no habían
conseguido embarcar Franco firmó, el día 30 de marzo, su célebre último parte
de guerra.
La evolución política en el lado republicano
Largo Caballero formó, en septiembre de 1.936, un
gobierno de concentración con todas las fuerzas políticas del Frente Popular,
comunistas incluidos, y el apoyo explícito de la C.N T. Había que recuperar el
control sobre la economía y continuar la reorganización militar. Se crean
entonces los Comités Directivos en los bancos, se restringió el movimiento
financiero y se intentó encauzar el proceso de colectivización de la tierra.
Largo Caballero también gestionó los primeros envíos de material de la URSS y
promovió la creación de las Brigadas Mixtas. A primeros de noviembre, se
incorporaban por vez primera, cuatro dirigentes anarquistas al Gobierno
republicano, entre ellos Federica Montseny, la primera mujer ministra en
España.
Pero las difíciles circunstancias del asedio de Madrid
obligaron al Gobierno a trasladarse a Valencia y a crear una Junta de Defensa
que asumió todo el protagonismo de la resistencia de la capital, lo que produjo
tensiones entre la Junta y el Gobierno. A esta se añadió la que se fue
extendiendo con los gobiernos autónomos de Cataluña y el País Vasco, que
rechazaban las exigencias del Gobierno de centralizar las decisiones clave de
la producción y de las industrias de guerra.
En el fondo del enfrentamiento latía la discrepancia
entre los dos modelos revolucionarios que hasta ahora habían coexistido en el
bando republicano. El primero estaba encabezado por los anarquistas y el
P.O.U.M, partido comunista internacionalista, antisoviético y enfrentado con el
P.C.E. Ambas organizaciones defendían la inmediata colectivización de las tierras
y fábricas y la constitución de las comunas como células de producción. Este
modelo estaba muy extendido en Valencia, Aragón y Cataluña a principios de
1937, y tenía en la industria catalana y en los servicios públicos de Barcelona
su expresión más significativa, a través del control que ejercía la C.N.T en el
entorno de la Generalitat.
El segundo modelo, establecido el principio de
expropiación de tierras y empresas, defendía la necesidad de controlar la
producción y encaminarla directamente hacia la organización de una economía de
guerra, que excluía los comités de autogestión y el control descentralizado que
venía funcionando en muchas fábricas. Era la línea defendida por la mayoría de
los socialistas, republicanos y miembros del P.C.E, aunque contaba con la
oposición de los nacionalistas.
Se
produjo una tensión entre ambos modelos, y estalló en forma de insurrección y
combates callejeros en mayo de 1937 en Barcelona. Del 3 al 7 de este mes la
ciudad se llenó de barricadas y se produjeron más de 200 muertos. Esta
insurrección fue esgrimida por el P.C.E. para exigir la disolución del P.0.U.M,
acusándole de trabajar para el fascismo. Largo Caballero se niega a aprobar la
disolución, los comunistas abandonaron el Gobierno y provocaron la dimisión de
éste. Días después Juan Negrín formaba un Gobierno de mayoría socialista, con
Prieto en la cartera clave de Defensa. Finalmente el P.O.U.M fue declarado
ilegal el 15 de junio, clausurados sus locales y prensa y detenidos sus
dirigentes.
El gobierno Negrín se prolongó durante el resto de la
guerra. Contó con el apoyo de republicanos, socialistas y comunistas y el
acuerdo tácito de la C.N.T, y fue capaz de centralizar la dirección militar y
llevar a la República a una economía efectiva de guerra. Con el general Vicente
Rojo como jefe de Estado Mayor, Prieto pudo culminar la formación del ejército
popular y fortalecer la resistencia militar, si bien no pudo impedir en los
primeros meses el derrumbamiento del Norte. En agosto, un programa común del
P.S.O.E. y el P.C.E. sirvió para fortalecer al Gobierno, que extendió las
medidas de control por todo el país. Se intentó regular la producción agrícola
partiendo de las tierras colectivizadas, para garantizar el abastecimiento
mínimo a las ciudades. También se establecieron medidas de control en unas 500
fábricas, consideradas industrias de guerra. Asimismo continuó con su política
de compra de armamentos y de búsqueda de apoyos internacionales. Tanto los
sindicatos como el gobierno catalán colaboraron en la nueva política.
Posteriormente cuando las tropas franquistas llegaron al
Mediterráneo, una parte de las fuerzas del Frente Popular comenzó a plantear la
posibilidad de una negociación, pero Negrín, apoyado por el P. C. E., se negó
rotundamente Su tesis fue resistir a ultranza, con la esperanza que la
ascensión del fascismo provocaría una guerra europea que cambiaría el curso de
la contienda a favor de la República. Prieto fue cesado, y en el verano, la
ofensiva del Ebro pareció dar la razón a Negrín. Pero en otoño sobrevino la
crisis checoslovaca y la claudicación de las democracias con la firma del Pacto
de Munich, y poco después los republicanos volvían a pasar el Ebro, acabando la
última esperanza de victoria militar. Los brigadistas internacionales
abandonaron España y la ayuda soviética comenzaba a faltar.
Tras la caída de Cataluña, las opiniones favorables a la
negociación se extendieron. Azaña permaneció en territorio francés, y sólo los
comunistas, que controlaban muchas unidades del Ejército del Centro, mantenían
su apoyo incondicional a Negrin. Pero el cansancio de la guerra y la escasez de
alimentos en las grandes ciudades hacían muy difícil la situación. El golpe del
coronel Casado, en marzo de 1.939, acabó con cualquier posibilidad de
resistencia.
La España franquista la formación del nuevo estado
La elección de Franco como “Jefe del Gobierno del Estado
español” el 1 de octubre de 1.936, significa el establecimiento de un modelo
político nuevo, basado en la afirmación del militarismo como rasgo esencial. Al
acumular todo el poder en su figura se convierte en un dictador: la presencia
de la Junta Técnica de Estado sólo sirve para asesorar y ejecutar las
decisiones que dimanan directamente del Caudillo y de un entorno íntimo de
colaboradores.
Sin embargo, el fracaso en la conquista de Madrid,
obligará al nuevo régimen a iniciar un lento pero sistemático proceso de
institucionalización, al hacerse evidente que la guerra se prolongaba. Algunos
historiadores sostienen que la prolongación de la guerra fue suscitada por el
propio Franco, para reforzar su poder y exterminar al enemigo, pero sea o no
cierta esta interpretación, si es un hecho que la dirección militar se
caracterizó por su minuciosidad, la lentitud en algunas operaciones, y la
respuesta sistemática a cada contraataque. También la represión de los vencidos
fue igualmente sistemática y exhaustiva, lo que podría corroborar la tesis de
búsqueda del aniquilamiento del enemigo.
En la España nacionalista, la rígida centralización del
poder y la implantación de la ley marcial permitieron una reorganización de la
economía directamente encaminada al esfuerzo de guerra desde el principio. Se
creó el Servicio Nacional del Trigo el 23 de agosto de 1937, órgano del Estado
que compraría la producción, fijaría un precio oficial y se encargaría de
distribuir los excedentes. Así se evitó la escasez y se garantizaran los
suministros, en contraste con el hambre de la zona republicana desde 1.938.
El mismo dirigismo marcó la política financiera del
Gobierno. Para atender los gastos de guerra, se estableció una junta paralela
del Banco de España en Burgos que autorizó la emisión de moneda; se declaró
ilegal la exportación de oro ordenada por el Gobierno republicano; se recabaron
préstamos de financieros e industriales; y se endeudó al futuro Estado con
compras a crédito de material de guerra alemán e italiano.
Con la llegada de Serrano Súñer a la dirección del nuevo
régimen en enero de 1.937, éste sufre una definición más clara. Ya se venía
conformando un ideario de dictadura militar y de eliminación de juego de
partidos: en diciembre, de hecho, las milicias de falangistas y requetés habían
sido militarizadas. El 19 de abril de 1.937 el llamado Decreto de Unificación
creaba un partido único, F.E.T de las J.O.N.S, en el que debía integrarse toda
acción política. La jefatura la ostentaba Franco, y se establecía una Junta
Política y un Consejo Nacional como órganos del partido, pero a título
meramente consultivo e integrados, en su mayor parte, por miembros elegidos por
el propio Caudillo. En los Estatutos del nuevo partido se fija como cometido
básico ayudar a la configuración del nuevo Estado, definido como MOVIMIENTO
NACIONAL. Se creó una organización sindical de tipo vertical y corporativo, al
estilo italiano; un sindicato estudiantil único, el SEU; el Servicio Social de
la Mujer, y una serie de instituciones que permitieran el control social
completo al que aspiraba el nuevo régimen.
A lo largo de 1.938 el proceso de institucionalización
se fue completando. En enero se promulgó la Ley de Administración Central del
Estado, que concentraba todas las jefaturas en la persona de Franco y que le
concedía pleno poder legislativo, ejecutivo y judicial. Los ministros quedaban
obligados a jurar fidelidad al Caudillo, y a finales de mes se formó el primer
Gobierno. Desde el principio, tanto los ministros como las jerarquías del
partido provinieron indistintamente de viejos falangistas, carlistas y
militares, el rasgo distintivo era la eficacia y la fidelidad personal a
Franco.
Las primeras leyes se orientaron a
asentar con firmeza el ideario totalitario: ley de prensa muy restrictiva;
Fuero del Trabajo (que eliminaba toda organización ajena al movimiento y que
regulaba las relaciones laborales desde la tutela del Estado). Se establecieron
las magistraturas de Trabajo para arbitrar conflictos. También se aprobó un
nuevo plan de estudios del Bachillerato, con una fuerte orientación ideológica,
y se organizó el Auxilio Social como sucedáneo de servicios sociales.
La Iglesia, alineada claramente con el bando
nacionalista, consiguió como recompensa la derogación de toda la legislación
republicana que había perjudicado sus intereses. El nuevo régimen se declaró
confesional y se revistió de signos católicos. Entregó a la Iglesia plena potestad para regular la educación y marcar de
una impronta religiosa toda manifestación pública de carácter civil o militar.
Se restableció el sueldo estatal a los sacerdotes, se derogó la Ley de
Congregaciones, se permitió el restablecimiento de la Compañía de Jesús, se
eliminaron el matrimonio civil y el divorcio, y la iglesia quedó exenta de
impuestos.
El conjunto del nuevo Estado totalitario se culminó con
el restablecimiento legal de la pena de muerte y la Ley de Responsabilidades
Políticas de febrero de 1.939, que dec1araba “rebeldes” a todos cuantos se
hubieran opuesto al Movimiento y apoyado por acción u omisión, a la “subversión
roja”. La Ley ordenaba la constitución de Tribunales integrados por militares,
falangistas y juristas, que serían los encargados de la dura represión durante
la posguerra.
No
cabe duda de que la Guerra Civil es el producto de las fuertes tensiones
sociales resultantes de la particular evolución histórica de nuestro país. Sin
embargo, al mismo tiempo, es innegable que dicho enfrentamiento se encuadra plenamente
en la problemática concreta vivida en la Europa de entreguerras. Sin la
valoración de estas circunstancias, el inicio, el desarrollo y el desenlace de
la guerra resultarían totalmente incomprensibles.
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