Para
quienes pensaban que con la liberalización económica se abriría el camino a la
apertura política, el desengaño sobrevino rápidamente. Franco no dio el menor
síntoma de querer variar el férreo control político y la restricción total de
las libertades. De hecho, la Ley de Principios del Movimiento de 1958
significaba una afirmación de los valores del 18 de julio y un claro rechazo a
toda actividad sindical o política. La entrada en el Fondo Monetario
Internacional y en el Banco Mundial, unidas a la visita del presidente Eisenhower
a España, a finales de 1959, sirvieron para generar euforia y reforzar la
imagen de Franco.
Sin
embargo, desde finales de los cincuenta comenzaron a aparecer de nuevo síntomas
de agitación. En primer lugar, se inició un proceso de distanciamiento de la Iglesia
respecto al régimen. Muchos sectores de la jerarquía comenzaban a denunciar la
situación de los trabajadores y a insistir más en la labor de apostolado social
y ayuda a los necesitados, que en reforzar los viejos valores del
nacional-catolicismo. El primado Pla y Deniel respondió con virulencia
defendiendo el derecho de la Iglesia a organizar sus propias asociaciones,
cuando desde el gobierno se acuso a las asociaciones católicas de base de
"infiltración marxista" por defender a determinados colectivos
obreros. El ascenso al papado de Juan XXIII y su inesperada renovación de la
Iglesia, a partir del Concilio Vaticano II, produjo una grave quiebra entre el
régimen y la Iglesia, que iría agrandándose hasta llegar casi a la ruptura
desde 1970.
En
segundo lugar, comenzaron a resurgir las tensiones nacionalistas. En 1959 un
grupo de jóvenes miembros del PNV se escinde del partido y funda ETA Euskadi Ta
Askatasuna (Patria y Libertad), que rápidamente optará por la lucha armada como
táctica para lograr la liberación nacional vasca. Un año más tarde, en 1960,
339 curas vascos firmaron una carta protestando por la represión y exigiendo
libertades públicas. Ese mismo año son detenidos algunos catalanistas, entre
ellos Jordi Pujol, acusado de distribuir panfletos antifranquistas en catalán.
Un
tercer frente eran los conflictos laborales. Desde la primavera de 1961 se
multiplicaron las huelgas, concentradas sobre todo en los sectores punta del
crecimiento industrial: la minería, la siderometalurgia y la construcción. El
proceso fue en progresivo aumento a lo largo de toda la década, y si
inicialmente primaron en ellas los motivos salariales y laborales, poco a poco
irán predominando las motivaciones de solidaridad y denuncia de falta de
libertades sindicales y políticas. El ministro de Trabajo, José Solís, permitió
un cierto margen de negociación colectiva directa y la libre elección de
jurados de empresa y enlaces sindicales. Esta posibilidad fue aprovechada, a
partir de 1963, por los miembros de las Comisiones Obreras (CC.OO.), sindicato
clandestino de predominio comunista que al acabar la década estaba
completamente infiltrado en los sindicatos verticales. Mientras, los partidos
reconstruían poco a poco sus redes clandestinas en los medios universitarios y
obreros, si bien la represión hacía caer una y otra vez detenidos a sus
dirigentes.
La
tensión fue en aumento a lo largo de 1962. Semanas después de que España
pidiera entablar negociaciones de adhesión a la CEE, 118 españoles se reunían
en Munich, en el marco del IV Congreso del Movimiento Europeo, y aprobaban una
declaración recomendando la no admisión de España en tanto no se restauraran
las libertades. Eran dirigentes liberales, monárquicos y demócrata-cristianos,
pero el gobierno respondió con enorme dureza: la suspensión del artículo 14 del
Fuero de los Españoles fue seguida del confinamiento de varios de los
participantes en el encuentro, como Satrústegui, Álvarez de Miranda o Iñigo
Cavero. El contubernio de Munich fue descalificado por la prensa de forma virulenta,
al tiempo que se multiplicaban las detenciones de dirigentes de la oposición de
todo signo. El proceso llegó a su cénit con la detención, tortura, juicio y
ejecución del dirigente comunista Julián Grimau en abril de 1963, en medio del
escándalo internacional. Dos años después, los catedráticos Enrique Tierno
Galván, José Luis López Aranguren y Agustín García Calvo eran expulsados de sus
cátedras a raíz de nuevos incidentes en la Universidad.
En los años 60 se recompuso el panorama de la oposición
al franquismo, a través de la renovada actividad de los viejos partidos
políticos, el PCE, el PSOE, o por medio de la aparición de nuevos grupos a la
izquierda y la derecha, desde la socialdemocracia hasta el liberalismo
monárquico.
El Partido Comunista de España (PCE),
dirigido por Santiago Carrillo, era el de mayor implantación social pues
propugnaba la penetración en las organizaciones de masas (CC.OO, asociaciones
de estudiantes, movimientos vecinales...). El Partido Socialista Obrero Español
(PSOE), en el Congreso de Suresnes (Francia) de 1974, renovó su actuación y
eligió una nueva dirección compuesta por líderes como Felipe González, jóvenes
que vivían en España conocían la realidad, frente a los viejos líderes del
exilio, muy alejados de la realidad española del momento. En la extrema
izquierda surgieron partidos como el PCE-ML, PCI, y grupos terroristas como
FRAP y GRAPO. Los partidos
nacionalistas históricos, como Ezquerra Republicana de Cataluña (ERC) y
el Partido Nacionalista Vasco (PNV), se revitalizaron. En 1974 nació Convergencia Democrática de Cataluña (CDC),
un partido de centro dirigido por Jordi Puyol.
El régimen persiguió toda oposición pero no pudo impedir
su desarrollo clandestino. Hasta entonces, la dirección de los grupos clásicos
de oposición al régimen, socialistas, comunistas, republicanos, etc., había
estado siempre en el exilio. Desde entonces, la oposición que vivía dentro de
España empezó a reclamar la dirección de estos grupos.
Junto a los partidos clásicos aparecieron grupos nuevos.
Los monárquicos liberales fundaron grupos políticos, como Unión Española, desde
1.959. Los grupos socialistas y
socialdemócratas del interior se multiplicaron y tuvo importancia el que fundó
el profesor Tierno Galván, el PSI. Otro de los grupos de crecimiento rápido fue
el de los demócratas cristianos, dirigidos por Gil Robles y Joaquín Ruiz
Jiménez.
Mientras,
el régimen intentaba mejorar su imagen y demostrar un talante aperturista. En
1962 entraban en el gobierno nuevos ministros jóvenes, como Manuel Fraga,
Laureano López Rodó o Gregorio López Bravo, este último también ligado al Opus
Dei. De ese gobierno fueron el primer Plan de Desarrollo, la ley de Bases de la
Seguridad Social, el programa de construcción de centros escolares y, sobre
todo, en 1966, la ley de Prensa de Fraga Iribarne, aireada como un definitivo
levantamiento de la censura en la prensa diaria, pero que en la práctica
continuó funcionando bajo vigilancia. Eso sí, libros, teatros y cines
experimentaron un clima de mayor libertad.
En
la segunda mitad de la década, el proceso de institucionalización se culminó.
La Ley Orgánica del Estado, pendiente desde el fin de la guerra, terminó por
regularizar definitivamente la dictadura. Fue aprobada por un referéndum
nacional a finales de 1966, convertido en auténtico plebiscito a favor de la
"paz de Franco". Tres años después, se produjo el nombramiento del
príncipe Juan Carlos como sucesor de Franco "a título de Rey". Para
los dirigentes franquistas, la continuidad del régimen parecía asegurada.
Mientras,
la oposición crecía en fábricas y Universidades. La agitación era especialmente
importante en el País Vasco, donde las acciones de ETA eran respondidas con la
represión policial, generando alrededor de la banda armada un apoyo popular que
fue radicalizando el clima hasta hacerlo explosivo. El asesinato en San
Sebastián, en 1968, del jefe de la Brigada Social Melitón Manzanas, fue
respondido con el restablecimiento de la jurisdicción militar para cualquier
delito de contenido político o social. Ese mismo año fue cerrada la Facultad de
Ciencias Políticas de Madrid, y al año siguiente la Universidad de Barcelona.
También en 1969, en enero, el estudiante Enrique Ruano moría tras ser detenido
por la policía, en circunstancias más que sospechosas. La década termina, en
medio de la creciente agitación, con el llamado proceso de Burgos, en diciembre
de 1970, contra 16 miembros de ETA, 9 de los cuales son condenados a muerte.
Las protestas en las calles; el secuestro por ETA del cónsul alemán en Bilbao,
con la amenaza de matarle si se ejecutaban las condenas, y la presión
internacional hicieron, finalmente, claudicar a Franco, que conmutó las penas
por las de cadena perpetua.
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