En este contexto se produjo la revolución de octubre de 1934. El clima de enfrentamiento en las Cortes, los conflictos continuos en el campo, los incidentes en la Universidad entre la FUE y los falangistas (incluidos dos asesinatos de dirigentes juveniles) y la tensión política existente entre el Gobierno y los nacionalistas, además de la radicalización de la opinión pública, generaron una situación explosiva que llevó a la izquierda obrera a preparar la insurrección armada.
La posible entrada de la CEDA en el Gobierno se identificaba desde la izquierda como el triunfo del fascismo; hacía un año y medio del ascenso al poder de Hitler en Alemania, y la CEDA no ocultaba su admiración por el nazismo alemán. El temor se confirmó cuando, tras acordarlo los dirigentes cedistas en un borrascoso septiembre, el 1 de octubre se produjo la crisis ministerial y el día 4 se formó Gobierno con tres dirigentes cedistas incluidos. Esa misma tarde los dirigentes socialistas dieron la orden de huelga.
El día 5 de octubre el paro fue general en todas las ciudades del país; no así en el campo, donde la movilización era muy difícil tras el fracaso de la huelga de junio. Pero en Asturias la movilización se convirtió en una insurrección armada revolucionaria. Todos los obreros asturianos se alzaron en armas, perfectamente organizados y preparados. En dos días controlaron toda la provincia, destituyeron a las autoridades y conquistaron la propia capital en duros combates contra el Ejército y las fuerzas de orden público. Organizaron además los suministros, mantuvieron la producción en la siderurgia, cubrieron los servicios sanitarios y la vigilancia, se organizaron en comités de gobierno...
Pero el movimiento fracasó en Madrid. El Gobierno reaccionó rápidamente y en la noche del mismo día 4 las tropas fueron acuarteladas, por lo que los insurrectos no pudieron apenas hacerse con ninguno de los centros de poder previstos. Los principales dirigentes socialistas y comunistas fueron detenidos el día 8, mientras se sucedían los combates callejeros. En Cataluña, el apoyo del propio Companys hizo triunfar por unas horas la revolución, allí ligada a la reivindicación nacionalista; pero dos días después el general Batet, tras hacer bombardear la Generalitat, consiguió recuperar el mando y obtuvo la rendición del gobierno catalán.
En el resto del país, el paro fue total en los primeros días, y en muchos lugares se produjeron conatos de insurrección, sobre todo donde los obreros de filiación socialista eran la mayoría. Pero no llegaron a cuajar al estar aislados entre sí y al no contar con apoyo campesino. Tampoco la CNT quiso unirse a la sublevación. Por eso, hacia el día 12 la insurrección había sido sofocada en todas partes, salvo en Asturias.
Para combatir la revolución asturiana, el Gobierno entregó plenos poderes militares al general Franco, que hizo traer tropas de la legión y colocó al frente de las operaciones al general López Ochoa. El día 10 los legionarios desembarcaron en Asturias y comenzaron a reconquistar casa por casa la ciudad de Oviedo, frente a una resistencia obrera feroz. La misma resistencia se produjo en toda la cuenca minera, hasta que, finalmente, el día 19 se pactó una rendición. Cuatrocientos guardias civiles se encargarían en los días siguientes de la limpieza y represión posteriores.
El balance de octubre de 1934 fue durísimo: 1.051 muertos y el doble de heridos entre los insurrectos, 284 muertos y 900 heridos entre las fuerzas del orden y el Ejército. A ellos hay que añadir miles de heridos no cuantificados y algunos fusilamientos sin juicio en los primeros momentos de la represión, salpicada de torturas y atrocidades. Además, 30.000 detenidos, incluidos Companys, Azaña (que no había participado en la revolución) y los principales dirigentes socialistas.
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