15.1. La
creación del Estado franquista: Fundamentos ideológicos y apoyos sociales.
Evolución política y coyuntura exterior. Del aislamiento al reconocimiento
internacional. El exilio.
El
régimen y la política internacional
Pocos meses después de concluir a Guerra Civil en
España, el mundo se precipitó en la Segunda Guerra Mundial, que iba a ser
determinante para las relaciones internacionales del régimen en la primera
etapa de la existencia. El franquismo se encontraba ligado por muchas razones a
uno de los bandos beligerantes, el de las potencias fascistas o potencias del
Eje -Alemania, Italia, Japón-, puesto que la ayuda de las dos primeras había
sido de gran importancia en la Guerra Civil y el régimen mantenía unas
características ideológicas similares.
La
etapa de la Guerra Mundial
Al
desencadenarse el conflicto mundial, en septiembre de 1939, España se declaró
neutral de inmediato, aunque su situación estratégica era de gran importancia
para ambos contendientes. Franco sabía que el país no estaba en condiciones de
participar en una nueva guerra. Pero la afinidad con el bando que entonces se
suponía que sería el vencedor y la oportunidad de obtener ventajas para España
y para el régimen empezaron a cobrar una mayor importancia. Las potencias del
Eje sondearon las posibilidades de integración española en el conflicto y
ejercieron presión para que se produjese.
En relación con estas posibilidades, el Caudillo mantuvo
sendas entrevistas fuera de España con los dos grandes dictadores: en Hendaya
(Francia) con Hitler en octubre de 1.940 y en Bordighera (Italia) con Mussolini
en febrero de 1.941. En el gobierno había un gran valedor de la entrada de
España en la guerra, el ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer.
Franco, que no era contrario a esa idea, pensaba en la posibilidad de crear de
nuevo un imperio en África, sobre la base de las posesiones francesas, y obtener
otras ventajas en Europa, incluida la recuperación de Gibraltar.
Pero Franco exigió a Hitler y a Mussolini grandes
compensaciones, de tipo económico, de apoyo a la expansión territorial y de
armamento, que hicieron pensar al dictador alemán que el precio exigido era
demasiado alto en comparación con las ventajas que se podían obtener. La
entrada de España en la guerra no se produjo, aunque se cambió el estatuto
español de país neutral por el de no beligerante en 1941. Tropas españolas ocuparon
la ciudad de Tánger, en la costa de Marruecos, y España envió al frente de
Rusia, a partir de 1941, una división de voluntarios para combatir junto a las
tropas alemanas una vez invadida la Unión Soviética. Esa unidad fue conocida
coma la División Azul.
Cuando, en octubre de 1.943, la guerra parecía volverse
claramente desfavorable para las potencias del Eje, España abandonó la
no-beligerancia para tornar de nuevo a la neutralidad. Las fluctuaciones de la
guerra hicieron que el régimen tuviese también que cuidar las relaciones con el
bando contrario, los aliados, de quienes España recibía ayuda en alimentos y
petróleo. Los aliados trataron siempre a Franco de forma que no facilitase su
integración en el bando contrario. La propaganda a favor de Alemania disminuyó
drásticamente y el ministro de Asuntos Exteriores, el general Gómez Jordana,
empezó a enfriar las relaciones con Alemania asegurando a los aliados la
neutralidad y retirando a División Azul (1944).
El
aislamiento del régimen
Una vez que estuvo clara la imposibilidad de una
victoria alemana, comenzaron los peores tiempos para el régimen. Aumentaron las
presiones de los aliados para que no se ayudara a Alemania y el heredero del
trono español, Don Juan de Borbón, arreció en su política de restauración
monárquica y emitió un Manifiesto desde Lausana, en Suiza, en marzo de 1945.
Pero los dos mayores golpes internacionales para el régimen fueron su no
admisión en la ONU y la declaración de la Conferencia de los Aliados en Postdam
de que el régimen español era producto del apoyo del Eje, por lo que se
proponía su derribo por medios pacíficos.
Entre los años 1945 y 1946 el franquismo quedó aislado,
mientras crecía la actividad de los medios de oposición en el exterior y se
recrudecía la lucha de guerrillas en el interior. El régimen apeló a la
resistencia de los ciudadanos frente a la conspiración internacional
judeo-masónico-marxista (que se convirtió en un eslogan sempiterno) y a la
lucha contra el comunismo. En diciembre de 1946 las Naciones Unidas denunciaron
que el gobierno de Franco no representaba al pueblo español por la cual carecía
de legitimidad para su representación en órganos internacionales. Después de
muchas presiones diplomáticas, en diciembre de 1946, la ONU recomendó a todos
los países que retirasen sus embajadores de España. Sólo permanecieron los de
regímenes muy amigos, como el argentino de Perón o el portugués de Salazar. El
gobierno contestó con una actitud de desprecio hacia Europa (Manifestación en
la Plaza de Oriente), pero el boicot político y económico reforzó al
aislamiento de España en el contexto internacional.
A partir de 1 947, iniciada la etapa de la Guerra Fría
entre las potencias democráticas occidentales y la Unión Soviética y sus
aliados, el papel de Franco como gran adalid del anticomunismo se fue haciendo
más interesante para potencias como los Estados Unidos y Gran Bretaña. Aunque
España no fue admitida en la gran alianza militar de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN), ni recibió los beneficios del Plan
Marshall, su presencia internacional comenzó a verse con mayor interés por
parte de las potencias anticomunistas. Por presión de EE.UU
la ONU, en 1950, revocaba el acuerdo de retirada de embajadores de España.
Fue entonces cuando uno de los grandes propagandistas
del régimen, Luis de Galinsoga, le dio a Franco el apelativo de Centinela de
Occidente.
Franco, en 1951, remodeló su gobierno, para
acercarse a las potencias occidentales, abriendo una etapa caracterizada por el
predominio del nacionalcatolicismo, que daba un mayor peso a los católicos en
detrimento de los falangistas. Igualmente fue nombrado subsecretario de la
presidencia de Gobierno, un militar clave para la continuidad del régimen: el
almirante Luis Carrero Blanco.
En 1953, Franco obtuvo el definitivo reconocimiento
internacional del régimen con la firma de los acuerdos con los Estado Unidos y el concordato con la Santa Sede.
Se reforzó la confesionalidad católica del Estado y la Iglesia obtuvo un estatus
de privilegio. Los acuerdos con los EEUU abarcaron aspectos de carácter
defensivo y económico y ayuda mutua en caso de conflicto. También el derecho a
establecer y utilizar una serie de instalaciones militares en territorio
español (bases de Torrejón,
Morón, Zaragoza y Rota).
A mediados de la
década de 1950, la admisión de España en el contexto internacional ( entre 1951 y 1960 España se incorpora a todos
los organismos internacionales: FAO, UNESCO, ONU-1955, OIT, OECE, FMI,
BIRF, GATT..) había sido un respiro para el franquismo, pero muchos problemas
interiores seguían sin resolverse.
La situación
económica era muy difícil. Las ayudas americanas no eran suficientes para
salvar la situación de crisis del país, y en la calle surgieron los primeros
síntomas de descontento por la carestía y el hambre. Protestas obreras entre 1956 y 1958 en las ciudades y primeros
movimientos de disidencia en las
universidades. En el régimen aumentaban las presiones para acabar con la
autarquía y liberalizar la economía y proceder a la apertura al exterior.
Franco remodeló su gobierno en 1957,
apartando a los falangistas y promocionando a sectores católicos. Entraron como
ministros, a propuesta de Carrero Blanco, hombres procedentes del Opus Dei, los llamados tecnócratas (Mariano
Rubio, Ullastres) que ocuparon puestos decisivos en la dirección económica del
país. Protagonizarían la etapa siguiente del franquismo, caracterizada por un
intenso crecimiento económico en la década de 1960.
Autarquía,
miseria y racionamiento
La victoria del Caudillo en la Guerra Civil tuvo repercusiones
económicas muy negativas. A corto plazo, sumió en el hambre y la miseria a
muchos españoles. A largo plazo, las arbitrarias decisiones de las autoridades
consolidaron una economía muy poco competitiva en la cual el tráfico de
influencias y la corrupción fueron elementos destacados.
La lentitud de la recuperación económica estuvo
directamente relacionada con la puesta en práctica de las ideas económicas de
los vencedores, que sustituyeron el funcionamiento de los mercados por la
fijación arbitraria de los precios y obligaron a solicitar autorizaciones para
iniciar una actividad económica. La fijación de los precios por debajo de los
resultantes de la oferta y la demanda condujo al desabastecimiento de alimentos
y a la generalización de las colas, obligando al mantenimiento del
racionamiento, inicialmente establecido como medida coyuntural en mayo de 1939.
Los productores estaban obligados a vender la totalidad de la producción a la
Administración a un precio de tasa fijado por ésta. Posteriormente, era la
propia Administración la única que podía vender los productos a los
consumidores a un precio también regulado
Como
los precios de tasa no reflejaban situaciones de abundancia a escasez relativa,
de inmediato surgieron los estraperlistas y el mercado negro, en el cual las
transacciones se hacían al margen de la ley. En muchas casos, sus precios
duplicaron a triplicaron los del mercada oficial. En el caso del aceite y del
trigo, un tercio de todo lo producido fue comercializado a través de estos
procedimientos ilegales. La escasez energética fue también uno de los símbolos
de la penuria económica. Hasta mediados de las años cincuenta, carbón y
petróleo estuvieron racionados y desde 1 944 hasta 1.954 hubo restricciones
eléctricas.
El régimen pretendía alcanzar la autosuficiencia
económica a partir del aislamiento del exterior y de la sustitución del mercado
por la intervención generalizada de la Administración.
La autarquía tuvo dos grandes ejes de actuación. La
primera fue la reglamentación de las relaciones económicas con el exterior.
Importaciones y exportaciones pasaron a estar completamente intervenidas,
siendo necesaria contar con una autorización administrativa para realizarlas.
Con esta medida, se pretendía determinar los productos fundamentales y las que
eran superfluos, decisión sobre la cual influyó también la escasez de oro y de
divisas. Fue también esta la razón por la cual, poco después, se reguló el
cambio de la peseta, estableciéndose diversos tipos, todos por encima de su
valor de mercado. Como consecuencia, se encarecieron los productos que la
economía tenía que importar (el petróleo) y se produjo una gran escasez de
bienes imprescindibles.
El segundo gran eje de la política económica de la
primera etapa del franquismo fue el fomento industrial, orientado hacia las
actividades de interés militar. En este caso, el principal objetivo fue
alcanzar un poder suficiente para asegurar la independencia militar y política
del nuevo Estado. La actuación se orientó a impulsar las industrias de bienes
de equipo, que recibieron una importante y continuada ayuda pública, lo cual
generó un gran gasto público con efectos inflacionistas muy importantes.
En 1.941, el mismo año en que se nacionalizó la red de
ferrocarriles con la creación de RENFE, se fundó el elemento fundamental de
esta política industrial: el Instituto Nacional de Industria. El INI, un
conglomerado de empresas públicas, intentó producir el máximo posible, con
independencia de los costes, y en el mayor número de sectores, al margen de que
existiesen las condiciones favorables para desarrollar las actividades
propuestas. En estos primeros años fue cuando se constituyeron las principales
empresas nacionales (IBERIA, ENDESA, SEAT).
El agotamiento de la vía autárquica
La política económica autárquica se llevó a cabo
empeorando el nivel de vida de gran parte de la población y aumentando la
desigualdad en la distribución de la renta. Por un lado, mediante un férreo
control de los salarios y la represión de las organizaciones sindicales no
afectas al régimen. Por otro, de forma indirecta, a través de la erosión de la
capacidad adquisitiva por las fuertes subidas de precios. La reducción del
salario real condicionó fuertemente la evolución del sector productor de bienes
de consumo, especialmente del sector textil, en el que la reducción de la
demanda ante el empeoramiento del nivel de vida de la mayoría se combinó con
las restricciones a la importación de materia prima por la escasez de divisas.
El objetivo de alcanzar la autosuficiencia frente al
exterior fue un fracaso. Desde muy pronto, las malas cosechas, la arbitraria
política de precios y los estrangulamientos de una no menos arbitraria
intervención, obligaron a aumentar las importaciones de alimentos, posibles
gracias a la colaboración de la Argentina de Perón. Estas ayudas hicieron
posible paliar, siquiera parcialmente, el hambre de muchos españoles. Sin
embargo, la escasez de divisas, y su uso en la compra de alimentos, impidió
importar las materias primas y los productos fabricados imprescindibles para el
sector industrial. A pesar de la negativa del régimen a devaluar el tipo de la
peseta, en el mercado libre de Nueva York, su cambio oficial cayó sensiblemente
(de 11,2 pesetas por dólar hasta las 40 pesetas por dólar durante la segunda
mitad de los años cuarenta). Ello obligó a obtener divisas urgentemente para
pagar las importaciones en un momento en que la coyuntura internacional se
volvía más favorable al régimen.
Las ayudas económicas recibidas entre 1.953 y 1.956 no
consiguieron salvar la angustiosa situación económica y en la calle empezaron a
surgir los primeros síntomas de descontento. Las dificultades potenciaron los
primeros movimientos de protesta y tras la crisis política de 1.956, en la que
hubo huelgas y disturbios en medios laborales y en la Universidad, se empezó a
hacer evidente la necesidad de un cambio político más profundo. Fue entonces
cuando comenzaron a llegar al gobierno hombres procedentes de la instituci6n
católica del Opus Dei. En la remodelación del gobierno de 1.957 entraron como
ministros los primeros tecnócratas del Opus Dei, Navarro Rubio y Ullastres. La
política del régimen iba a experimentar un sensible cambio, que sin alterar
para nada sus bases dictatoriales y profundamente antidemócratas iniciaría una
reorientación de la política económica basada en el abandono de la autarquía.
El
exilio
Con el final de la guerra un importante número de
españoles abandonaron el país huyendo de la represión franquista (hasta
500.000, aunque las cifras no son seguras). Muchos de ellos se instalaron en
Francia, y otros muchos se trasladaron a países sudamericanos, fundamentalmente
México, que acogió de buen grado a los exiliaos por el empeño político del
Presidente Lázaro Cárdenas, Chile, y otros. A la URSS marcharon principalmente
los que formaban los cuadros de mando del Partido Comunista. Algunos de los
exiliados intentaron volver a España para participar en la lucha armada contra
la dictadura franquista a través del maquis, que pervivió algunos años una vez
finalizada la guerra. Asimismo, una parte de los refugiados regresó a España
cuando el régimen prometió no proceder contra quienes no hubiesen cometido
delito, promesa que no se cumplió. Más de 200.000 personas permanecieron en el
exilio y ya bastantes menos regresarían tras la muerte del dictador.
Durante
el periodo de la Segunda Guerra Mundial muchos de los exiliados participaron en
la oposición a las potencias fascistas, alistados en los ejércitos aliados,
principalmente de Francia y la URSS, movidos por la idea de lucha contra el
fascismo y la esperanza de que las
potencias aliadas pudiesen llevar la guerra a España y derrotar y desbancar el
régimen de Franco.
Finalizada la Guerra Mundial, en 1945 se crea el gobierno
republicano en el exilio, compuesto por liberales, socialistas, comunistas,
anarquistas y nacionalistas catalanes y vascos. Presidido por José Giral, se
reunió primero en México y más tarde en Francia, bajo la idea de que podría
forzar la caída de la dictadura franquista por las potencias aliadas, pero la
incapacidad para conseguir este objetivo, así como las discrepancias internas
hicieron poco efectivo dicho gobierno.
La mayoría de las organizaciones políticas y sindicales
republicanas mantuvieron su organización en el exilio, aunque se caracterizaron
por las divisiones internas y por el progresivo alejamiento de la realidad
social en España. Republicanos, socialistas y algunos anarquistas proponían una
labor diplomática para forzar la caída del franquismo, otros grupos defendían
la lucha guerrillera, como una fase previa a la insurrección popular
(comunistas, poumistas, y sectores anarquistas)
Unos
pocos monárquicos intentaron organizarse alrededor de la figura de Don Juan de
Borbón, quien hizo un manifiesto en Lausanne en 1945, donde reclamaba al
dictador el abandono del poder y exigía la restauración monárquica y la vuelta
al sistema constitucional. Pero su enfrentamiento con el régimen duró poco,
pues acabó por llegar a un acuerdo con Franco para que su hijo Juan Carlos se
trasladase a España en 1848 para completar sus estudios universitarios y
militares, con la promesa de restauración de la monarquía efectuada por el
dictador.
La pérdida que el exilio supuso para España no puede
exagerarse. Los principales cuadros políticos, obreros, profesionales,
intelectuales y científicos abandonaron el país y muchos de ellos para no
volver. La repercusión sobre el retraso económico y cultura de España fue
enorme, paralela, por otra parte, a la aportación que muchos de los exiliados
dejaron en sus países de acogida, a cuyo desarrollo intelectual y científico
contribuyeron gradualmente. Aunque tampoco hay que olvidar a los cientos de
miles de españoles anónimos que vieron frustradas sus vidas y pasaron hambre y
miseria, además del desgarro que significó el alejamiento de su tierra.
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