La pérdida del imperio colonial fue un acontecimiento más que coincidió con una crisis económica, social y política que acabaron configurando la crisis de 1898.
La crisis económica y social se debió a una subida de los precios de los productos agrícolas favorecidos por la política proteccionista del gobierno con el arancel de 1891 que mantuvo altos los precios agrícolas y encareció el coste de la vida. Además el comercio exterior sufrió una caída importante por la pérdida de las últimas colonias, y, aunque la repatriación de capitales que se produjo por dicha pérdida, favoreció una mayor inversión interior, no fue suficiente para impedir la crisis. El paro aumentó y los conflictos sociales se dispararon con huelgas continuas y la aparición del terrorismo anarquista.
La pérdida de las colonias no fue un hecho aislado. Formó parte de un proceso de redistribución colonial entre las grandes potencias que se produjo a finales del siglo XIX y que también perjudicó a otros países. Sin embargo, el Desastre supuso una auténtica crisis en la conciencia de los españoles y arrastró una serie de consecuencia importantes.
Están en primer lugar, las pérdidas humanas. Se calcula que las guerras de 1895-1898 costaron en conjunto unas 120.000 muertes, de las cuales la mitad fueron de soldados españoles. La mayoría de las bajas se debieron a enfermedades infecciosas. Si al principio los daños no repercutían demasiado en una opinión pública adormecida, poco a poco comenzaron las protestas y se fue extendiendo la amargura entre las familias pobres cuyos hijos habían sido enviados a la guerra por no poder pagar las quintas.
Los perjuicios psicológicos y morales fueron también importantes: los supervivientes retornaban heridos, pésimamente atendidos, muriendo de hambre o mutilados. A ello se añadía la desmoralización de un país consciente de su propia debilidad y de lo inútil del sacrificio.
Las pérdidas materiales, si bien no fueron excesivas en la metrópoli, salvo la fuerte subida de los precios de los alimentos en 1898, si fueron graves a largo plazo. La derrota supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las colonias, así como de los mercados privilegiados que estas suponían y de las mercancías que, como el azúcar, el cacao o el café, deberían comprase en el futuro a precios internacionales.
La crisis política resulto inevitable. El desgaste fue de ambos partidos, pero afectó esencialmente al Liberal de Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la derrota. Con él desapareció la primera generación de dirigentes de la Restauración, que tuvo que ceder el terreno a los nuevos líderes.
Pero quizá lo más grave fue el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota, a pesar de la capacidad demostrada aisladamente por algunos generales y del valor de las tropas. Era evidente que las Fuerzas Armadas no habían estado preparadas para un conflicto como el ocurrido. Aunque en último extremo la responsabilidad era más política que militar, el ejército salía considerablemente dañado en su imagen, lo que traería graves consecuencias en el siglo XX.
El Desastre supuso también una crisis ideológica que tiene como base la toma de conciencia de la realidad de un país atrasado y con estructuras anacrónicas. Esta crisis la encontramos manifestada en dos corrientes.
Por un lado el regeneracionismo, cuyo principal formulador será Joaquín Costa, quien constata la corrupción política y el atraso económico y social de España y lleva a cabo una serie de propuestas encaminadas a solucionar los males endémicos que tenía el país. Sus propuestas serán la reorganización política, la limpieza del sistema electoral, la reforma educativa, las inversiones públicas en obras hidráulicas, carreteras, escuelas, etc., y la redistribución de la tierra. Según Joaquín Costa era necesario conciliar capital y trabajo para conseguir el apoyo de las clases medias y acabar con la guerra entre obreros y patronos. La solución a la crisis en que se encontraba España pasaba por el desarrollo de la educación, la europeización, la autonomía local y una política hidráulica y forestal. Para llevar a cabo sus propuestas buscó articular un movimiento político que llamó la Unión Nacional de Productores y en cuyo programa se recogía la participación de los trabajadores. Pensaba Joaquín Costa que para la reforma social inicialmente se necesitaba una “cirujano de hierro” que supiera conducir la nación al progreso. Su intento de hacer del regeneracionismo un partido político independiente lo llevó al fracaso.
La otra corriente viene manifestada en la denominada Generación del 98, en la que se incluyen una serie de escritores que tienen como características comunes las preocupación pro España, la denuncia del alejamiento de la política oficial de la vida real, la búsqueda de señas de identidad de los nacional y la toma de conciencia del atraso de España respecto de Europa. Los autores más importantes fueron Unamuno, Valle-Inclán, Azorín, Baroja, R. Maeztu. En Cataluña los escritores buscan la europeización a través del intelectualismo y la cultura, inspirados principalmente por Eugeni D’Ors. Otros escritores como Ortega y Gasset, G. Marañón o Salvador de Madariaga realizaron propuestas de renovación política y de costumbres.
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