En noviembre
de 1885 murió Alfonso XII. Quedó como regente su segunda esposa,
María Cristina de Habsburgo (1885-1902). La necesidad de garantizar la estabilidad
del régimen durante
una larga regencia llevo a los dos líderes, Cánovas y Sagasta, a establecer un acuerdo que ha pasado a la historia como el Pacto del Pardo. Se comprometieron a apoyar 1a regencia, a
facilitar el relevo en el Gobierno cuando éste perdiera prestigio y apoyos en la opinión
pública, y a no echar abajo la legislación que dada uno de ellos aprobara en el ejercicio del poder.
Ambos
partidos cumplieron el
acuerdo y facilitaron una alternativa regular
y pacifica que permitió superar la prueba de fuego de la muerte del rey. Además, María Cristina siempre respetó las decisiones de los gobiernos. Sin embargo, el Pacto del
Pardo contribuyó a agudizar la corrupción
política y a falsear la voluntad popular, cada vez más ajena al régimen parlamentario.
La evolución política entre 1885 y
1895
Entre 1885 y
1890 gobernó el Partido Liberal, con Sagasta al frente, durante el llamado «Parlamento Largo», el único de la
Restauración que duró casi hasta el límite
fijado en la Constitución.
El gobierno de
Sagasta puso en marcha un programa político bastante más aperturista. Se restableció la libertad de cátedra
y se amplió la libertad de prensa, lo que permitió un gran desarrollo de la prensa escrita en los años finales del siglo. También se restableció la libertad de
asociación (1887), facilitando así la expansión del movimiento obrero. Otras
leyes que contribuyeron a desarrollar
la Constitución fueron el nuevo Código
Civil (1889), que consagraba un orden social basado en la primacía de la propiedad, y la recuperación de la
vieja conquista del Sexenio, el
juicio por jurados. Incluso se intentó una reforma del ejército estableciendo
el servicio militar obligatorio sólo redimible en colonias, y reduciendo el
número de oficiales y regiones militares, que no salió adelante por la falta de
apoyo del propio Sagasta.
Pero la
reforma más importante se produjo en 1890, mediante la nueva ley electoral que estableció, ahora de
forma definitiva, el sufragio universal
masculino, si bien sus efectos fueron amortiguados,
en esos años, por la manipulación electoral.
Entre 1890 y
1892 gobernaron los conservadores. De esa etapa lo más significativo fue la
aprobación de la ley de aranceles de 1891, mediante la que se establecía una rígida política
proteccionista, a causa de la crisis económica europea.
Los liberales
volvieron a gobernar desde finales de 1892. Lo más destacado de su mandato fue
el proyecto de reforma de la administración y gobierno de Cuba, que tropezó
con la oposición
cerrada de los intereses indianos, por lo que acabó siendo retirado. Meses después, en febrero de 1895, estallaba la
insurrección que daría lugar a la guerra de Cuba.
La
oposición al sistema.
El turno de partidos, garantizaba
una estabilidad política amplia, ya que eran los Partidos Liberal y Conservador
los únicos capaces de formar gobierno, sin embargo, no pudo evitar que el
fraude llevará a otros partidos a apartarse y tratar de tomar el poder de otra
manera, al saber que no les sería posible acceder al poder.
Como
dijo Ortega y Gasset, la España oficial se había desligado de la España real.
El sistema ideado por Cánovas era un sistema cerrado y monopolizado por una
pequeña oligarquía que controlaba por igual a los dos partidos que se
alternaban en el poder. En él no se integraban ni las aspiraciones sociales de
las clases medias y populares, ni los intereses de las regiones y
nacionalidades periféricas.
En consecuencia, grandes
movimientos sociales (como el movimiento obrero y campesino, por un lado, y los
regionalismos y nacionalismos por otro,) quedaban fuera del sistema político y
acabaron destruyéndolo debido a su incapacidad para integrarlos.
El republicanismo
Duramente
reprimido en los inicios de la Restauración, los republicanos no lograron
recuperarse del fracaso de la Primera República, ni extender su implantación
social. Se agruparon en diversas corrientes doctrinales y políticas en torno a
los antiguos líderes del sexenio:
-
Federalistas. Liderados por Pi i Margall, se
inclinaron hacia posiciones socializantes y hallaron eco entre sectores
populares urbanos en Cataluña y litoral valenciano.
-
Unionistas. Liderados por Nicolás Salmerón.
Partidarios de la unidad territorial y política del Estado y representaban el
liberalismo de un sector de la intelectualidad burguesa.
Radicales. Crearon
el Partido Republicano Progresista dirigido desde el exilio por Ruiz Zorrilla.
Partidarios de la lucha armada, protagonizaron varias insurrecciones hasta la
muerte de su líder en los años noventa. En agosto de 1883, aguijoneados por Ruiz
Zorrilla, que les prometió acabar con los burócratas, mejor capacidad de
ascenso y pensiones de viudedad, la guarnición de Badajoz se alzó en favor de
la República, a las que debían unirse otras 22, que fallaron. En septiembre de
1886, se produjo el último levantamiento republicano hasta 1930, llevado a cabo
por el general Villacampa, al que se uniría otra guarnición. El problema fue
que sólo los de menor graduación estaban dispuestos a jugársela por la
república.
-
Posibilistas (renuncia ideológica para obtener
resultados prácticos con otros grupos). Grupo minoritario liderado por Emilio
Castelar, que finalmente se integró el Partido Liberal.
Federalistas y unionistas, partidarios de la
acción política pacífica y legal, unieron sus fuerzas en 1893 en la Unión
Republicana, con el deseo de aprovechar el sufragio universal y aumentar se
peso electoral, aunque este bloque no se consolidó hasta 1903.
Movimiento obrero
El movimiento obrero está dividido
en dos grandes tendencias, socialistas y anarquistas. El anarquismo tiene mayor
implantación en Aragón, Cataluña, Valencia y Andalucía, pero cuenta con una
escasa organización y una importante división interna, pues mientras para unos
lo importante es el activismo sindical a favor de los obreros y campesinos, otros
abogan por la acción directa, lo que llaman la propaganda por el hecho,
consistente en la lucha a través de las huelgas violentas o los atentados, que
se sucedieron con frecuencia en esta etapa.
El socialismo se organiza sobre
todo con base en Madrid, donde un grupo de tipógrafos, artesanos e
intelectuales vana crear en 1879 el PSOE (Partido Socialista Obrero Español),
encabezado por Pablo Iglesias y Jaime Vera, con un programa basado en tres
objetivos, la abolición de las clases y la emancipación de los trabajadores, la
transformación de la propiedad privada en social y colectiva y la conquista del
poder político por la clase obrera. En 1.888 se creará la UGT (Unión General de
Trabajadores), sindicato de orientación socialista.
En 1.888, en el primer congreso
del PSOE celebrado en Barcelona se constituye el partido como una organización
nacional y adopta el sistema de congresos periódicos para definir la línea
ideológica y táctica, además de efectuar una clara división en el partido, que
tiene objetivos políticos, y el sindicato, que trabaja por las reivindicaciones
de los trabajadores. En 1890 se celebrará por primera vez el 1º de mayo en
España por la indicación de la II Internacional. Ese mismo año el PSOE presenta
candidatos a las elecciones y un año después consigue sus primeros concejales.
El carlismo
Derrotado
militarmente en 1876, no logró recuperar la importancia que había tenido
anteriormente, debido, principalmente, al apoyo que el Vaticano y las
jerarquías católicas prestaron a Alfonso XII. Así, pues, minimizada su opción
dinástica, el carlismo se redujo a un movimiento ideológico circunscrito
socialmente al País Vasco y Navarra, zonas de gran arraigo del foralismo
católico. Se dividió en dos tendencias:
1-
Los integristas, encabezados por Ramón Nocedal,
que criticaban el excesivo liberalismo del pretendiente Carlos VII y exaltaban
los valores del catolicismo y su influencia en todos los ámbitos de la vida
pública.
2-
Los tradicionalistas que, influidos
ideológicamente por Vázquez de Mella, evolucionaron hacia posturas
regionalistas. Frente al centralismo estatal, propusieron un nuevo marco
institucional que albergara la monarquía tradicional católica y las nuevas
aspiraciones regionalistas para evitar que surgieran separatismos que podían
poner en peligro la unidad de España. Pero el despertar del regionalismo les
restó importancia.
Aprovechando la libertad de
asociación y el sufragio universal, los tradicionalistas se organizaron como
partido político y obtuvieron algunos escaños en 1896. Pese a sus divisiones
internas el carlismo se mantuvo vivo entre algunos sectores hasta bien entrado
el siglo XX.
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